La bilis llega tras la patada en el estómago. Sin avisar, sin miramientos. Ácido intransigente e intolerante. LSD febril.
El dolor me retuerce, me sumerge en un éxtasis de locura. Cada gota de sangre, cada rastro de sudor entremezclado, y el olor de la furia... Me incorporo, casi sin pensar. Soy una fiera en la selva, observando a su presa. Soy un monstruo insaciable.
Me da igual todo lo demás. Sé que ahora la patada la voy a dar yo. Y no en el estómago precisamente. Me enerva la ira. Ni siquiera sé por qué nos enzarzamos en la pelea. El olor a sangre me excita, me enloquece. Y el sabor de la bilis hace que sienta aún más odio.
Lanzo el golpe con todas mis fuerzas. Acierto en el blanco. Suciedad imperante en la atmósfera. Creo que le he roto un par de dientes. Si, los escupe, escupe sangre también.
Ahora tengo que aguantar su embiste, su contrataque. Lo peor es no saber cuando va a llegar, siempre al acecho, se esconde y ataca cuando menos lo esperas. Te sorprende cuando más indefenso estás.
Puta vida, siempre me coges por sorpresa.
martes, 21 de septiembre de 2010
miércoles, 15 de septiembre de 2010
La luna me sabe a poco
Las noches que no hay luna, son noches raras, oscuras y siniestras. Las noches que no hay luna son noches perdidas, extrañas de sí mismas, sencillamente dolorosas.
Asomarse a la ventana y mirar el cielo negro, recuerda las negruras de los mares eternos, de los océanos perdidos, de la inmensidad constante del universo. Asomarse a ese cielo, es ser consciente de lo pequeñito que es uno. No está la luna para recordarnos que hay algo cercano y accesible a ese lado. Asomarse a un cielo sin luna es sentirse irremediablemente perdido. Chiquitito. Insignificante.
Luego están las estrellas, tililantes, lejanas, burlándose de una, riéndose cada vez que un humano intenta adivinar a la distancia que están. Ellas, ajenas a todo, se sienten superiores. Y lo son, allá en lo alto.
Las noches que la luna crece, poquito a poco, camino a la plenitud de su ser, aumenta poco a poco mi entusiasmo. Sé que solo tendré que esperar unos días para ver la farola gigante reinando en el cielo.
Las noches que, en cambio, mengua... son tristes y depresivas. Ves como la ilusión que desbordabas con la luna llena se extingue, se evapora, huye...
En mi, es cierto eso de que la luna afecta mi estado de ánimo. En todos los sentidos. La luna llena me encuentra pletórica, insomne, me sube la líbido y la energía fluye tal como si me encontrara en plena adolescencia. Mi corazón late desbocado. Tengo ganas de hacer cosas, sobre todo, explotar mi parte creativa. Pintar, escribir, fotografiar... da igual que sea invierno que verano, me siento bien.
Luego están esas noches, sobre todo estivales, en que la luna me sabe a poco. Necesito más. Te necesito a ti. Necesito tus manos recorriendo mis recovecos, tus labios besando mis secretos. Necesito que me mimes y que juntos, nos burlemos de las estrellas devolviéndoles la pelota y nos preocupemos de las fases de la luna. Necesito música alta, vibrando en mis venas. A veces, incluso me entran unas ganas locas de salir corriendo, quemar toda mi energía bailando, saltando, gritando. Necesito música en directo. Solo así recupero la cordura.
Asomarse a la ventana y mirar el cielo negro, recuerda las negruras de los mares eternos, de los océanos perdidos, de la inmensidad constante del universo. Asomarse a ese cielo, es ser consciente de lo pequeñito que es uno. No está la luna para recordarnos que hay algo cercano y accesible a ese lado. Asomarse a un cielo sin luna es sentirse irremediablemente perdido. Chiquitito. Insignificante.
Luego están las estrellas, tililantes, lejanas, burlándose de una, riéndose cada vez que un humano intenta adivinar a la distancia que están. Ellas, ajenas a todo, se sienten superiores. Y lo son, allá en lo alto.
Las noches que la luna crece, poquito a poco, camino a la plenitud de su ser, aumenta poco a poco mi entusiasmo. Sé que solo tendré que esperar unos días para ver la farola gigante reinando en el cielo.
Las noches que, en cambio, mengua... son tristes y depresivas. Ves como la ilusión que desbordabas con la luna llena se extingue, se evapora, huye...
En mi, es cierto eso de que la luna afecta mi estado de ánimo. En todos los sentidos. La luna llena me encuentra pletórica, insomne, me sube la líbido y la energía fluye tal como si me encontrara en plena adolescencia. Mi corazón late desbocado. Tengo ganas de hacer cosas, sobre todo, explotar mi parte creativa. Pintar, escribir, fotografiar... da igual que sea invierno que verano, me siento bien.
Luego están esas noches, sobre todo estivales, en que la luna me sabe a poco. Necesito más. Te necesito a ti. Necesito tus manos recorriendo mis recovecos, tus labios besando mis secretos. Necesito que me mimes y que juntos, nos burlemos de las estrellas devolviéndoles la pelota y nos preocupemos de las fases de la luna. Necesito música alta, vibrando en mis venas. A veces, incluso me entran unas ganas locas de salir corriendo, quemar toda mi energía bailando, saltando, gritando. Necesito música en directo. Solo así recupero la cordura.
sábado, 4 de septiembre de 2010
Ya está todo dicho
Sed. Frío. Susurros. Odio que me digas que grito, porque a tu lado, es cuando más evito hacerlo. Y lo sabes.
Hubiera preferido que en lugar de dejarme a la puerta de la casa y huir como si hubieras visto un fantasma, te hubieras atrevido a decirme: Si, siempre ha sido así. Y siempre será.
Pero supongo que para ti está todo dicho ya. Crees que soy lo suficientemente inteligente como para interpretar cada una de tus palabras y saber exactamente lo que quieres decirme, pero a veces, me vuelvo un poco loca.
A veces me gustaría poder sentarte delante de una taza de café, o de una cerveza, y escucharte. Escuchar todo aquello que me dices con miradas e indirectas y que nunca sé si es mi imaginación la que planea por la mentira, o son tus cúmulos de verdades las que parecen una amalgama de falsedad. Necesito que me lo aclares.
Nunca me han gustado las princesas, nunca he querido un príncipe azul. Me bastaba con el caballo y el paje, me sobraba, nunca he necesitado más. Pero mirarte me provoca dolor y los kilómetros dudas. Y entonces, me desnudo de sensatez, arrojo mi cordura por la ventana y deseo con fuerza que aparezcas, me cojas de la mano y me secuestres, me lleves lejos, te olvides de todo lo demás y solo importemos tú y yo.
Así, solo así, sería la única manera en que todo estaría dicho.
Hubiera preferido que en lugar de dejarme a la puerta de la casa y huir como si hubieras visto un fantasma, te hubieras atrevido a decirme: Si, siempre ha sido así. Y siempre será.
Pero supongo que para ti está todo dicho ya. Crees que soy lo suficientemente inteligente como para interpretar cada una de tus palabras y saber exactamente lo que quieres decirme, pero a veces, me vuelvo un poco loca.
A veces me gustaría poder sentarte delante de una taza de café, o de una cerveza, y escucharte. Escuchar todo aquello que me dices con miradas e indirectas y que nunca sé si es mi imaginación la que planea por la mentira, o son tus cúmulos de verdades las que parecen una amalgama de falsedad. Necesito que me lo aclares.
Nunca me han gustado las princesas, nunca he querido un príncipe azul. Me bastaba con el caballo y el paje, me sobraba, nunca he necesitado más. Pero mirarte me provoca dolor y los kilómetros dudas. Y entonces, me desnudo de sensatez, arrojo mi cordura por la ventana y deseo con fuerza que aparezcas, me cojas de la mano y me secuestres, me lleves lejos, te olvides de todo lo demás y solo importemos tú y yo.
Así, solo así, sería la única manera en que todo estaría dicho.
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