lunes, 26 de diciembre de 2011

Los desvanes de mi memoria

Creo que tenía diez años, no lo recuerdo bien. Leí un libro sobre el desván que todos los niños tememos. Sin sospechar que los desvanes guardan la riqueza de nuestra historia, los orígenes de donde provenimos cada uno de nosotros. Los desvanes recuerdan nuestra memoria, te cuentan en cada trasto viejo y aparentemente inservible, la vida de tus antepasados. Creo que ese libro me abrió los ojos a un mundo más amplio y lleno de aventuras. Ese desván de mi mente, se abrió para llenar mi cabeza de fantasmas que nunca más me dejarían dormir tranquila.

Los niños son como esponjas y yo, desde aquella noche que desperté envuelta en sudor y con un miedo atroz, decidí que los galápagos no eran tortugas grandes, si no el nombre con el que se llamaban unos a otros los inmortales, los que no morían nunca. No sé si mi incosciente me jugó una mala pasada, porque como he podido constatar mucho más tarde, los galápagos viven cientos de años, pero en mi interior, galápago era sinónimo de inmortal. Mi abuelo había muerto seis meses antes y con la sencilla ternura de una niña de diez años, tenía que ser galápago.

No sé si mi infancia fue feliz o no. Nunca fui una niña normal. Y consecuentemente, nunca he sido una mujer normal. Mi cabeza se llenó demasiado pronto de aventuras, de fantasías, de historias. Recuerdo que durante meses, mis amigas me llamaron Antoñita "la fantástica" riéndose por mi desbordada imaginación. Todas menos una. Todas menos Aroa. Alguien que me fue siempre leal y que cuando el tiempo y la ciudad nos engulleron, para mí, desapareció la lealtad en sí. La lealtad que sólo se puede otorgar a quien has visto crecer y hacerse mayor, la lealtad que se conserva cuando, después de veinte años, nos volvemos a encontrar en esa ciudad que me vió nacer y nos damos cuenta de que la amistad nunca desapareció y que seguimos ahí, las mismas niñas asustadas encerradas en cuerpos de mujeres.

La conocí en el parvulario, con cuatro o cinco años, en aquel destartalado edificio que aún me duele cuando lo miro, vacío y desnudo, tapado simplemente por trozos de azulejo marrón, de color chocolate con leche. No me acuerdo de cómo nos conocimos exactamente, porque había más niños que conocía de antes, de la guardería, del parque, pero nos hicimos amigas enseguida.
Jugábamos a "V", a la goma, a "El Equipo A". Hacíamos manifestaciones (ella y yo solas) a favor del medio ambiente, después de habernos pasado toda la tarde dibujando una pancarta en una cartulina. Qué sabíamos nosotras de pedir autorizaciones de recorridos, ni de fechas, ni de nada al Ayuntamiento. Creíamos que con salir a la calle, la gente se nos uniría. Total, no había causa más justa que la que defendíamos. Pero sobre todo hablábamos. Hablábamos de todo. De todo lo que puede ser importante para dos niñas de diez años.
Aroa compartía mis fantasías como una espectadora más, manteniéndose en un discreto segundo plano, mientras yo le explicaba con pelos y señales mi último sueño, el cuento que había escrito el sábado anterior o una película que acababa de ver. Escuchaba siempre atentamente y recuerdo que una vez, tardé seis días en contarle "El hombre maravilloso" de Terence Hill, que me había hecho mucha gracia y que por los gastados 80 estaba muy de moda. Yo creo que estas cosas las hacía por inseguridad, y que ella me escuchara durante seis tardes seguidas contarle una película conseguía que mi inseguridad se viera aplacada y yo me sintiera un poquito mejor, un poco más segura, un poco más querida. Si no, no tiene explicación.

No, la verdad es que no, nunca he sido una niña muy normal. La inseguridad sigo padeciéndola, es algo que viaja conmigo, pero me la trago a ojos del resto del mundo, aunque alguna que otra vez sale a relucir, sobre todo en los momentos en que los acontecimientos me desbordan y ya no puedo más.

Esto trataba, o quería tratar sobre la memoria, sobre la fantasía, sobre galápagos, sobre el miedo a la muerte y sobre la amistad. Y acaba siendo una crítica velada para mi torpe inseguridad. A ver si un día de estos consigo encerrarla en el desván de mi mente, cierro la puerta con saña y la dejo dentro, junto a todos aquellos fantasmas, para poder volver a dormir tranquila.

martes, 29 de noviembre de 2011

Crecer


Crecí dándole la espalda a caballeros y princesas,
Nunca me interesó tener tirabuzones rubios por los que trepara un amante
Crecí dándole patadas a un balón,
Y si se terciaba, a alguna espinilla contraria,

Crecí subiéndome a los árboles, atrapando grillos y saltamontes,
Desollándome las rodillas en caídas en bicicleta.
La vida tenía sentido si tenías amigos.

Crecí echándole de comer a los conejos,
Sentándome al sol acariciando pollitos amarillos,
Cabalgando encima de mastines que pastoreaban rebaños de ovejas,
Abrazada a la luna entre historias de damas siniestras.

Crecí viajando en trenes y en un 127 blanco y ajado,
Crecí durmiendo en tiendas de campaña cada verano.
Crecí sorprendiéndome con cada pueblo nuevo descubierto
Y bañándome en todos los mares que rodean este país
Que amé durante años y que estoy empezando a odiar.

Ahora todo es inhóspito, lleno de hormigón y metal
Ahora todo es salvaje, todo es vender o comprar.

Simplemente con recordar esos viejos tiempos
Mis ojos se empañan, la tristeza me embarga,
La luna decrece, las estrellas se apagan.

martes, 22 de noviembre de 2011

Juguetes y música

Nunca tuve una Barbie. Tan rubia, tan tiesa, tan estirada, tan fashion. Nunca tuve una, porque, huelga decirlo, yo nunca fui ni quise ser así. 
Tuve una Nancy, de las antiguas, de aquellas con la cara preciosa y pelo sedoso (pelo que en un arranque de creatividad, teñí con mechas verdes una tarde aburrida de invierno). Mi Nancy era una Nancy deportista, con mallas y camiseta larga y cinta para el pelo. Y rodillas y codos articulados para hacer deporte.
También tuve una Chabel. ¿Alguien se acuerda de la Chabel? La mía era campista. Vestía vaqueros, camiseta de leñador a cuadros rosas y deportivas. Y tenía una tienda de campaña, y saco de dormir y nevera llena de latas de conserva y botellas de refrescos en miniatura.
Luego me regalaron más muñecos, que nunca usé para jugar. Eran todos de adorno. Un bebé negro (el primero que tuve que tenía pito, qué cosas), otro montado en un caballo de madera y muchas muñecas de trapo, con trenzas rojas y vestidos de flores, o rubia y con capa roja a lo Caperucita. 
Pero como digo, nunca jugué con ellos. Acumulaban polvo en las estanterías de la habitación, mientras yo etiquetaba mis libros como si tuviera una biblioteca, llevando un registro de cada título que tenía y a quién se lo prestaba. Se aburrían mis muñecos esperando por mí mientras yo le pegaba patadas a un balón en el patio del colegio, ganándome el respeto de los chicos porque lo hacía bien y siendo de las pocas elegidas en el recreo para jugar con ellos.
Los primeros juguetes que pedí conscientemente a Papá Nöel (mi familia no es católica y siempre recurrieron al gordo para que pudiéramos disfrutar de los juguetes durante las vacaciones navideñas) fueron un camión amarillo y un balón. Me los trajo, por supuesto. El camión amarillo era casi tan grande como yo, cabía sentada encima y tenía volquete y todo.
También recuerdo (intuyo que esto sería por el año 1986 ó 1987) que les pedí a mis abuelos que me regalaran una muñeca, del tipo de la Barbie, que se llamaba Jem, que venía de unos dibujos animados. Atentos que tenía historia la cosa. 
Eran dos grupos de rock femenino rivales. Unas eran "buenas" (porque tocaban para salvar un orfanato o algo similar) y se llamaban Jem & The Holograms y otras, teóricamente "malas", que se llamaban The Misfits. No sé por qué pero las "buenas" tenían el pelo rojo, malva o rosa y las "malas" eran cuatro y lo tenían castaño claro, negro, azul y blanco. 
Elegí a la rizosa de pelo azul chillón, que tocaba una guitarra amarilla tringular (voy a darle este calificativo porque, en realidad, no sé cómo describirla). Nada de pelos rosas, no. Rizos y azul, tal como yo soñaba con tenerlo. Se llamaba Stormer. 
Luego, investigando, he leído que en la serie, Stormer era la teclista de The Misfits, la compositora de las canciones y el alma creativa del grupo, pero mira por dónde, nunca era reconocida por ello. Digamos que era la "buena" de las "malas". Además de teclista, era una guitarrista de renombre mundial y experta en tocar el keytar, sí, ese engendro entre guitarra y teclado que debería estar prohibido a nivel internacional. Vamos, que pertenecía a The Misfits pero como era compasiva y esas cosas y le daba pena que las demás se portaran mal con Jem, pues recibía un trato bastante duro por parte de las miembras de su grupo (y esto no es un error, lo he escrito completamente a propósito, por aquello de los miembros y miembras de Bibiana Aído).

 La muñeca venía hasta con cinta de cassette con cuatro o cinco canciones en cada cara, todas de Jem por supuesto. Os juro que eran una aberración y que además no debieron tener demasiado éxito, ya que ninguna de mis amigas tuvo nunca una muñeca de esas, ni del grupo bueno ni del malo. Nunca conocí a nadie, en ninguna parte del mundo, que tuviera una muñeca así, excepto yo. Y aún la conservo, ojo, lo cual creo que es merecedor de todo el respeto que podáis ofrecerme. La verdad es que me gustaría entrar en contacto con personas que hayan tenido una. Por aquello de no encontrarme sola en el mundo y poder dejar de ser anónima y absurda.

Así que hoy, recordando que es Santa Cecilia, patrona de la música, y mezclando esto con que tenía ganas de escribir sobre juguetes, me he acordado de mi Stormer de pelo azul y flor en el pelo. Y me he acordado que, con diez años, además de rayar hasta la extenuación el cassette de "Mentiras piadosas" de Sabina y el de "Loco por incordiar" de Rosendo, también escuché muchísimas veces la cinta de Jem. Por favor, perdonadme la vida.



Para más información sobre la serie de dibujos (que seguro que aparece alguna nostálgica... sí, no lo vamos a negar, era básicamente una serie para chicas), tenéis muchísima información en Jem and The Holograms ¿Te acordás de estos dibus? de donde he tomado prestada la foto de Stormer en su caja original, la otra, la de los pelos despeinados, es la mía.

domingo, 30 de octubre de 2011

Frío

No sé si es el otoño, que abandona la trémula calidez que suele dejar el verano y que coge carrerilla para adentrarse en las gélidas manos del invierno, pero hoy he amanecido con el corazón frío. Tengo las manos temblorosas y me pregunto si el miedo ha hecho también su trabajo. Los pies, esos pequeños carámbanos hijos de puta, siguen en su línea. A éstos les da igual que sea agosto que la despedida de un octubre para olvidar. Están siempre fríos. Yo ya me he acostumbrado a que ni veinte pares de calcetines sirvan para algo. Y para colmo, todas las dudas, todas las desesperanzas, han vuelto a desperezarse. Todas las vueltas que da la vida se desdoblan hoy delante de mis ojos. Todas las esquinas que giré, creyendo que iba a encontrarme con tus ojos.

No pido mucho. Un poco de calor en la madrugada y un oído que escuche y comprenda. Fundamentalmente, que me comprenda. Sé que es difícil. Sé que a veces, las cosas que me dejan el corazón frío únicamente las puedo ver yo. Sé que la forma en que interpreto las cosas a veces no es la correcta, por eso necesito que ese oído además, tenga paciencia conmigo. Y la paciencia, no nace debajo de una plantita de perejil. Por desgracia, la paciencia debe cultivarla cada uno dentro de su alma. Y hay que querer cultivarla, acordarse de cuando han sido pacientes con nosotros y procurar hacer lo mismo. Y no siempre estamos dispuestos.

A lo mejor, son los fantasmas. A lo mejor son ellos los que dejan el corazón frío, al pasar por detrás y erizarte los pelos del brazo, en ese momento preciso en que sientes un escalofrío en la espina dorsal y en la nuca, como cuando ves una serpiente peligrosa, aunque sea a través de la pantalla del televisor. Yo ya no sé cómo luchar contra esos fantasmas. Los viejos y los nuevos. Ya no sé cómo procurar calor a este pobre corazón para que no sufra más. Para que nada le afecte. Para que cualquier cosa sea como tenerlo metido en una urna de cristal y poder pasar por la vida sin volver a sentir el corazón frío. Sé tú mi cazafantasmas, aunque sólo sea para que las cosas vuelvan a tener sentido.

No quiero que se me vuelva a helar el alma, a golpe de malas palabras, de riñas estériles que nunca llevan a nada. Porque cuando alguien sueña algo, la única forma de que ese sueño se cumpla es luchar para conseguirlo. Y tengo miedo de que, por culpa del frío, mis ganas de intentarlo perezcan, inermes y abúlicas de sus propias ganas.


Sigo con los pies fríos, cómo no. Sigo con las manos temblorosas y el corazón cansado de latir para no quedarse helado. Sigo con el miedo en el cuerpo, en la espina dorsal. Un miedo atávico y recurrente, marcado -quien sabe, quizás sea eso- por los recuerdos que acuden a mi cabeza, por el significado que tiene para mí el día de hoy.

Sí, ya me había dado cuenta de que es el día perfecto para hablar de fantasmas, aunque los míos tengan ojos, y manos, y pies (tal vez también fríos) y sean de carne y hueso. Seguiré buscando la forma de librarme de ellos. Seguiré luchando por construir ese sueño que tuve un día, cuando ví claro que mi vida no iba por el buen camino. Seguiré luchando, porque, no nos engañemos, nada en la vida se consigue sin pelear por ello. Y cuando es fácil, cuando no tienes que pelear ni siquiera un poquito... malo... por eso, me gusta el frío, aunque hoy haya amanecido invadida por él. Porque me hace recordar que si quiero algo -calor, por ejemplo- tengo que ponerme el cuchillo entre los dientes y entrar en la selva a pegarme con el león de turno. Con el miedo de turno. Con el fantasma de turno. Con la idea tonta de turno que me repite inconscientemente que no hay un futuro feliz para mí.

Disculpadme, voy a afilar el cuchillo y a pelearme un rato con la vida...

sábado, 29 de octubre de 2011

Reseñas

Como si fuera alguien famoso, resulta que me han hecho un par de menciones en sendos blogs. Como no podía ser de otra manera, son blogs de amig@s, que me quieren y que me miran con esos buenos ojos con los que únicamente se puede mirar a los amig@s.
Aquí van los enlaces, en los mismos se pueden leer también mis respuestas, porque cuando te escriben ciertas cosas, tienes que responderlas, sí o sí. El corazón -y el alma misma- te lo piden a gritos. Y cómo yo soy muy obediente, hago caso al corazón -y luego al alma- y reconociendo un cariño sincero, lo agradezco y también, por supuesto, lo celebro.

So common... ...so unique de @SaruGates.

El humor de Cisimo de @Cisimo y @Sagral_Verde.



miércoles, 19 de octubre de 2011

Demencia

Demencia si pienso en la vida que nos separaba
alivio al comprobar que me amabas
vida es lo que quiero compartir contigo
ilusiones que son abrigo.

Dardos que se clavan en mi pecho
fortuna nocturna, darlo por hecho
enamorado de la luna
recuerdos de una tarde
navegando por la red.

Asombro en cada gesto
notando las coincidencias
diciéndonos por dentro
esto no puede ser y
zozobra el corazón.

Maldiciendo el tiempo perdido
esperando poder seguir vivos
necesito estar a tu lado
elegirte fue pan comido
nunca antes me había pasado
dedicar versos a un cielo claro
emoción pura en nuestro camino, porque
zarpaste conmigo.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La cara de la pared


Erase una vez, en un país valenciano… esto… perdón, en un país muy lejano… mmm mmm… tampoco, que en el AVE se llega muy rápido… a ver, empezaré de nuevo…

Erase una vez una cara pintada en una pared. La cara lo observaba todo, miraba a la gente pasar, a los niños jugar, a los ancianos sonreír, a las palomas volar… e igualmente, observaba las cosas que pasaban en el mundo. Esa cara pintada en la pared, en un principio era blanca, resplandeciente, y se maravillaba con cada día nuevo, y le encantaba que el sol le hiciera cosquillas en su nariz pintada e hiciera brillar la cal que cubría su cara feliz.

Pero un día, algo terrible sucedió. La cara pintada, que albergaba tantas ilusiones de ver cosas maravillosas desde aquella pared, presenció un robo a través de una de las ventanas de las casas de enfrente de su muro. No, no os preocupéis, no robaron a la apacible ancianita que allí vivía, sino que el robo, lo vio nuestra amiga la cara a través de la televisión de la ancianita. 

              - ¿Pero cómo es posible? - os preguntaréis. 

Lo que la anciana tenía sintonizado en su televisor eran las noticias. Se puso alerta y escuchó, día tras día, cómo era el mundo fuera de su pared. Y así fue como nuestra amiga la cara, vio como los bancos robaban a sus clientes, los gobiernos se reían de sus votantes, los reyes no abdicaban en beneficio de sus súbditos, los países estaban en guerras por un líquido negro y asqueroso que decían que valía mucho dinero, había niños que pasaban hambre y no podían ir a la escuela, había hombres y mujeres a los que se les privaba de sus derechos, había tanta miseria y tanta, tanta, tanta injusticia, que nuestra nívea cara se puso azul. Sí, amiguitos, azul.

Yo pasaba por allí aquel día y pude hacerle una foto a nuestra amiga la cara de la pared. Era completamente azul y su cara, otrora sonriente y feliz, era ese día un poema. Su frente se perlaba de sudor por la rabia contenida, su boca se fruncía en un rictus de amargura. 

-                
                     - Yo quiero salir de mi pared. – me dijo.
-                     -   Pero, ¿por qué?
-                 -   Quiero salir de esta pared y hacer lo posible por convertir este mundo en el que vivís los humanos, en un mundo un poquito más feliz.
-                - Yo no sé muy bien cómo ayudarte – le contesté – pero he oído, que si deseas algo con mucha fuerza, una señora que hace crecer gatitos en las macetas, te concede ese deseo. No vale con desear algo material, un coche, una casa, o algo así. La señora que hace crecer gatitos en las macetas, lo consigue con amor y la única manera de que te conceda tu deseo, es que éste, sea un deseo plagado de amor.

La cara blanca, que ahora era azul, se quedó pensativa.
-                   -   Mi propósito no puede llevar más amor dentro – dijo pensando en voz alta.

Y se puso a desear con todas sus fuerzas. No me preguntéis como desea un dibujo en la pared, yo no quise interrumpir sus esfuerzos, y le dejé a solas, ya que desear es un acto muy íntimo y personal. 

Así fue como al día siguiente, después de muchas horas de desear ser humano, para ayudar a mejorar este mundo, la cara azul de la pared desapareció. En su lugar, encontraron un chico de veintidós primaveras, con ojos, boca, y estornudando sin parar hasta que consiguió eliminar de sus recién estrenados pulmones todos los restos de pintura, blanca, azul y negra, de lo que antes había sido. 

Lo primero que le dijo, a la persona que lo encontró, antes incluso de pedir algo de ropa para tapar sus vergüenzas, era que quería un pimiento verde. Y después, en cuanto le hubieron vestido para que no cogiera frío, le hubieron alimentado y le hubieron preguntado quién era, el nuevo humano contestó:
-                 - Me llamo Saúl. Antes era pintura en la pared, la imaginación de un loco soñador que quería cambiar el mundo. Ahora soy real, y quiero cambiar el mundo a mi manera.
-                       - ¿Cómo? – le preguntaron.
-                    -  Soñando – dijo risueño. – Voy a ser maestro y desde la escuela, intentaré que los niños no se vuelvan tontos consumidores, ovejas de un mismo rebaño a quienes hay que decirles qué hacer porque no saben vivir su vida. Quiero que aprendan divirtiéndose y que se den cuenta de que son privilegiados. Quiero enseñarles que ellos, también pueden aportar su granito de arena para cambiar el mundo.

La cara antes blanca, que luego fue azul, y ahora es humano, tampoco sabía que la señora que hacía crecer gatitos en las macetas era yo. Y que le concedí su deseo mucho antes de que lo deseara, porque yo también quiero cambiar el mundo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Y si eres, se


No te vayas, me abandones, o me dejes,
Quédate,
Se la sombra que me sigue a todas partes, 
Se mi droga, mis anhelos, mi vacío
Mi destino, mi silencio si me embriago,
Se mi luna, mi farola, se mi guía
Se mi tiempo, mi cansancio, mis manías.

No te vayas, me abandones, o me dejes,
Quédate,
Se la vida que se pierde en cada jueves,
Se mi incendio, mi locura, un desvarío
Se mi duda, mi misterio, se mi frío
Se veneno, miel y néctar en tus labios
Se mi esencia, mi billete a cualquier parte,
Mi descanso.

No te vayas, me abandones, o me dejes,
Quédate,
Se mis ojos, se mis manos, se mis pies
Se mi ombligo, se mi pecho, el ajedrez
En el que nos desnudamos
Con avidez.

lunes, 29 de agosto de 2011

Lágrimas


Lágrimas.
Torpes, descuidadas, silenciosas.
Límpidas, terribles, saladas.
Lágrimas calladas, lágrimas ruidosas.
Lágrimas.

Lágrimas.
De alegría, de pena, o de rabia.
Lágrimas silentes por mis mejillas rosadas.
Lágrimas crueles.
Lágrimas.

Lágrimas.
Tal vez tiernas, o desamparadas, o solitarias.
Lágrimas culpables, ansiosas, fugaces.
Lágrimas derrotadas.
Lágrimas.

martes, 19 de julio de 2011

Siete años después

Hoy he bajado al mar. Paseé por la playa mientras el agua me lamía los pies, fría, imperturbable, silenciosa. Ni siquiera la notaba, pues mi cabeza era un torbellino de deseos y tristezas que un día fueron alegrías. No podía pensar, pues los indelebles recuerdos iban y venían, se entremezclaban cómo se pelean por salir, por llegar primero a mis ojos en forma de lágrimas. Sólo estaba segura de que le echaría de menos. Sólo sabía que quizá nos volviésemos a encontrar, sí, algún día…

Y mi cerebro seguía trabajando, como una olla a presión. Él ya no estaba conmigo, no le vería más. Se había ido. Y ahora era como las gaviotas que, indemnes, volaban sobre mi cabeza. Eran libres, y quizá el también estuviera cerca del cielo.

Han pasado siete años pero aún  lo recuerdo. Y no sé por qué, después de tanto tiempo, logro recordar cómo fue. Como sigue siendo en mi corazón. Pero necesito pensar en él para saber que, aunque todos nos vayamos algún día, seguiremos vivos en el corazón de los que más nos quisieron. Me basta con recordar su nombre para pensar con firmeza que me gusta vivir, aún a pesar de las guerras, y de todas estas vicisitudes de la vida que hemos de pasar.

Seguí caminando hacia las rocas, y me senté en una de ellas observando el mar y las geodas, las olas chocar contra los arrecifes, escuchando el triste sonido del mar.

Quería preguntarle, como en la poesía, a los peces, al mar, quería preguntarle al viento y a las gaviotas, pero sabía que lo único que recibiría por respuesta sería el absurdo y desgarrante grito del silencio. Quería preguntar por qué se muere, por qué todo tiene que acabar alguna vez, quería preguntar quién inventó la palabra fin. Pero nadie puede responderme, porque todos se preguntan lo mismo que yo.

No puedo describirle porque yo era muy pequeña y casi no recuerdo su rostro, sólo sé que lo quería y él me quería a mí. Sólo sé que, de seguir con vida, sería uno de los que mejor podrían comprender mis sentimientos. Pero la vida es cruel y egoísta y siempre juega sus mejores cartas, no puedes hacerle trampas. Es como una partida de mus, en la que ella siempre tiene el órdago ganado y tú, con las peores cartas no puedes ni siquiera envidar.

Se me pasaban las horas, allá en la playa, filosofando sobre la vida y la muerte, y acordándome de él, de mi abuelo. Y casi sin darme cuenta el sol empezó a desaparecer por el borde del mar. Le dije adiós a mi mar y volví a casa, caminando entre flores indehiscentes que esperaban ser cortadas por una pareja de enamorados, o que tal vez, una chiquilla recogiera para su abuelo. Así que, miré por última vez al rojizo sol que se despedía del día, y mientras una lágrima recorría, silenciosa, mi mejilla, sonreí pensando que tal vez, sí tal vez, un día volveríamos a encontrarnos.


Este texto, lo escribí en 1996, y lo presenté a un concurso literario de mi instituto, Doña Jimena. Con él gané un áccesit de 10.000 pesetas, que por aquel entonces me solucionaron con creces gran parte del verano. Pero aunque hayan pasado ya 22 años (en octubre se cumplirán 23), sigue siendo completamente vigente.

martes, 12 de julio de 2011

Felicidad

El terror de enfrentarse a una hoja de papel. Lo he experimentado. Sé qué se siente cuando deseas rellenarla con innumerables frases y no puedes. El terror al folio en blanco. Lo he sentido. Duele como mil agujas clavadas en el alma, como martillos de hierro incandescente golpeándote en la cabeza, una mañana de domingo cualquiera. Como las cicatrices del corazón.
Fue un día de sol. Encerrada en mi casa, intenté poner en orden mis ideas, así, de golpe. Pero no me salió. Y me sentí tan mal… dentro de mi pecho ardían los deseos, latían las penas, pero mi mano temblorosa se negaba a plasmar todos esos sentimientos.
El sudor pronto llegó  a mis manos, los nervios estaban a punto de hacerme gritar. Quería escribir y no podía. Quería llorar y no tenía un hombro amigo, quería salir de la agonía, de la tristeza, salir… para siempre.
Una vez un amigo me dijo que la felicidad no existe. No quise creerle, aunque en el fondo de mi corazón yo sabía que él tenía razón. Aquel día descubrí que la felicidad no puede ser lo contrario de la tristeza, puesto que la felicidad es imposible de lograr y en cambio, la tristeza es muy fácil de obtener.
Me sentí sola. Irremediablemente sola como tantas otras veces, pero en medio de esa soledad, una lucecita brotó de pronto. Mis manos dejaron de temblar y escribí una palabra: tesón.
Puede que la felicidad no exista, pero nunca debemos dejar de buscarla. No podemos perder la oportunidad de ser los primeros en hallar lo que toda la humanidad lleva siglos buscando.
Quizás no sea hoy, ni mañana, ni dentro de diez años cuando la encontremos.  Pero algún día –estoy casi segura- llegará y aunque dure unos instantes nos compensará con creces por todos los malos momentos vividos hasta entonces. Las cosas malas se guardan ocultas en los cajones de la memoria. Las cosas buenas, permanecen, un olor, una imagen.
El temor a enfrentarse con un folio en blanco. Lo he sentido y duele. Lo he sentido y lo he superado.


martes, 5 de julio de 2011

Lo divino de escribir

A veces creo que escribo para conseguir ser alguien importante, para borrar con mi huella la huella de otros, pero en el fondo escribo para que mi alma no muera, para desahogarme, para que el viento no me deje sin tristeza.
Si no me carcome la pena, no soy nada, mis manos son torpes y la letra se desvanece. Si no me atormento no puedo escribir. Y la felicidad me enturbia las páginas, me desconcentra, la felicidad mata la inspiración.
Algunos necesitan amor, otros filosofan sobre la vida, los más se inventan lo que cuentan. Yo necesito sufrir. Y me psicoanalizo hoja a hoja, me juzgo. Creo, aunque no estoy segura de ello, que en la pena está la clave.
No se trata de masoquismo espiritual, ni de locura, se trata simplemente de un estado de calma, de sentimientos que reflejados en el frío papel, me tranquilizan el alma, escribir me hace sentir bien. Es como soñar, pero con los ojos bien abiertos, es como volar. Llegar al infinito rozando la eternidad y con el halo divino del misterio confundirme en una explosión onánica de estrellas y luceros. Y ver formarse a los planetas con el crudo boom de la imaginación.
Eso es escribir. Es sentirse libre, descubrir todos los secretos, llevar al final del caos toda la ilusión. Es vivir poco a poco, aunque a veces, ligeramente, la tristeza y la tranquilidad se confundan y no sepa seguir tras un punto y coma. Escribir es notar en el aire como te observan las hadas y musas del cariño, ver en el viento a un gigante bueno, que el mar te bañe a través del tiempo. Escribir es amar todo lo bello y llorarle a lo eterno, para seguir siendo yo, para convertirme en eterna y así escribir siempre, escribir para todos y para siempre.
No me importa que mi huella no impresione en esta tierra o en el lado oscuro y frío, sólo me importa escribir por todos los beneficios que me reporta. Purgar mi alma y estar segura de que he creado algo, sea lo que sea y ayude a quien ayude.
Sé que no borraré la huella de nadie porque la creación siempre es imperecedera, nunca muere. Y eso también es un lujo dentro de lo divino de escribir. Y eso también me hace sentir feliz, aunque me robe un trozo de inspiración.
Ojalá el no hacerme importante me sirva para ser más consciente de que la felicidad está en considerar que la propia tristeza es inherente a los sucesos, que es secundaria ante la de los demás, ojalá me haga ser tan humilde o más de lo que soy ahora y no anhelar alegrías que más tarde se volverán contra mí.
Si estás siempre triste, descubrirás cómo ser feliz sin sentirte desgraciado, y sin preocuparte porque un día pueda llegar la tristeza.
Prefiero seguir escribiendo para mi sola (¿para qué aburrir a nadie más publicando un libro?) y ser mejor persona, que regalar mis neuróticos pensamientos, y también los depresivos, sólo para enriquecer las arcas de mi cuenta bancaria (que por cierto, tener una hipoteca está dejando bastante minada).

martes, 28 de junio de 2011

Melodía triste de piano



Caminaba lentamente, aquel día iba a estudiar. Había pasado miles de veces por allí y sin embargo nunca había oído aquel maravilloso sonido, aquella melodía. Era un piano, sí, un piano. Adoraba los pianos porque también ella, alguna vez soñó con aprender a tocar uno. Le gustaban sobre todo porque tenían un maravilloso sonido, que una vez dentro de la mente es imposible sacar. 
No conocía la pieza que el desconocido pianista tocaba, así que se dejó llevar por la música, mientras caminaba cada vez más despacio, más y más lento para no alejarse demasiado de la ventana de donde procedía la música. Instintivamente, miró su reloj y se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde, así que se resignó y tuvo que alejarse.
Al día siguiente lo volvió a oír. Era la misma melodía, tristona y lenta, muy lenta, como sus pasos. Era como si el piano fuese a tempo con ella. Cuando pasaba bajo su ventana y le oía tocar, sentía una sensación muy extraña, como si flotase, como si llevara la música dentro, muy dentro de sí. Aquella dulce sintonía, le hacía recordar su pasado, como cuando, siendo una niña, también ella quiso aprender a tocar un piano, quiso cerrar los ojos frente a uno, poner sus dedos en las teclas, abrir los ojos de repente y tocar, tocar hasta el infinito, arrancar nota por nota, una canción, sentirse libre como se sentía ahora oyendo tocar al desconocido. 
Ni siquiera sabía de dónde procedía la música. Miró hacia las ventanas, pero no consiguió ver nada. Quizá no fuese un piano. Quién sabe, a lo mejor se trataba de una simple grabación de música clásica. Sin embargo, ella se resistía a creerlo, prefería pensar que su ser se estaba enamorando del sonido de un piano extraño, sin conocer al dueño de las manos que tocaban tan preciosa música.
Poco a poco y día tras día, el sonido al pasar bajo aquellas ventanas le era más familiar y el acostumbrarse a oír siempre la misma sintonía le hizo comprender que la persona que tocaba estaba ensayando. Todos los días le deseaba, interiormente, suerte, porque ella pensaba que tal vez su desconocido pianista fuese algún día a una audición. Pero también deseaba que, si le daban un trabajo, esa persona no se fuese de la ciudad. Alguna vez pensó que quizá su pianista tocase por placer, por amor a la música, lo que le gustaba aún más. Así nunca se iría.
Un día, al pasar bajo su ventana, no oyó la fantástica música que esperaba. Sin embargo, no le dió mucha importancia ya que nunca la oía a la misma hora, sino que unas veces era al entrar y otras, al salir de clase. Pero al salir, tampoco la oyó. Esperó un rato, impaciente, pero nada. Sólo el sonido estruendoso de los coches al pasar. Así que, triste, regresó a casa. Empezó a hacer cavilaciones de la más diversa índole. Llegó a creerse de verdad la historia que ella misma había inventado, sobre la grabación. También pensaba que quizá le hubiese ocurrido algo a su desconocido pianista.
Aquel día fue eterno para ella. Deseaba que llegara el día siguiente, para ir a clase y comprobar si el pianista tocaba o no. Y el día siguiente llegó. A la ida, creyó oír algo, pero acabó suponiendo que había sido su propia imaginación. A la vuelta, y mientras recordaba el susto del día anterior, oyó unos magníficos acordes. Era otra melodía, igual de bella que la primera que escuchó. Y recordó como, un día antes, el viento intentaba devolverle una sonrisa que sólo el sonido de aquel piano le haría recobrar. Una sonrisa que se había llevado aquel maldito silencio y que la nueva pieza le devolvió. 
Allí se quedó, disfrutando con su música durante más de un minuto, parada, con los ojos cerrados, mientras la gente la miraba con caras raras al pasar, creyendo tal vez que estaba loca. Y sí lo estaba. Lo estaba por la música que emitía aquel piano. Por su sonido, inigualable para ella, que no conocía mucho sobre piezas de música clásica, ya que hasta entonces el no poder aprender a tocar el piano le había hecho sentir repulsión hacia aquel tipo de música.
Pero ahora se daba cuenta que tenía mucho que aprender sobre música y al comparar aquella melodía con el inacabable pompom de la música de discoteca, prefirió mil veces lo que deleitaba ahora sus oídos, aunque no pudiera bailar, porque se sentía muy bien, se relajaba y creía volar.
Volvió a sentir, entonces, ganas de tocar un piano, ganas de aprender, ganas de saber. Pero ya era demasiado mayor para empezar a estudiar solfeo y no quería sentirse una fracasada si por casualidad, veía que debía dejar de tocar para seguir estudiando el bachillerato. No. Era mejor que dedicase su tiempo a otra cosa en la que supiera que podía triunfar. 
Dejó de pensar en todo aquello al recordar que tenía prisa y ya había perdido bastante tiempo allí parada, escuchando al pianista tocar. Caminó deprisa, pensando que por muchas otras que hiciera, lo que de verdad le gustaba, ya desde niña, era ser algún día una gran música y tocar en un inmenso piano para la gente que quisiese verla. Ella sí que tocaría por el mero hecho de tocar, por sentir la música y no por el sucio dinero por el cual casi todos los músicos están en ello.
Reflexionó durante días sobre ello y también sobre como llegar a conocer a su pianista, pero se dio cuenta que era tan difícil verle tocar... Tuvo miedo de que si el pianista se daba cuenta de que ella le escuchaba cada mañana, podía dejar de practicar a esa hora, y perder su música, era para ella perderlo todo. Las ganas de vivir, la ilusión, todo.
Y muy dentro de su ser, algo se dio cuenta de que aunque algún día dejase de escuchar aquella extraordinaria música, nunca olvidaría aquel sonido... nunca lo olvidaría, nunca.



Gijón, agosto de 1994.

miércoles, 15 de junio de 2011

Diga treinta y tres

Una a una, inexorablemente, se han caído las hojas del calendario y otra vez, es mi cumpleaños. Una a una, sin pausa y con muchísima prisa ha vuelto a llegar.
Vivo al borde mismo del abismo de la ansiedad. Ya he recorrido algo más de un tercio de mi vida (sí, lo sé, aspiro a una vida larga y a ser posible, plena) y me pregunto a dónde han ido a parar mis sueños. A dónde han ido las ilusiones, los viajes, los caminos no recorridos. Me pregunto qué ha sido de la joven idealista que todo lo veía posible. En el fondo, no está muy escondida, atisba la realidad desde mis pupilas, se sigue sorprendiendo con cosas pequeñas y le sigue gustando volcar en el folio todo aquello que le inquieta. Pero luego, en el lado material, las cosas no van bien. El trabajo no llega, la presión económica es cruel, implacable, despiadada.
Así que, la ansiedad a veces, me juega malas pasadas y consigue que mi corazón se alborote, que salte sin sentido en mi pecho y que las lágrimas se cuelguen de mis pestañas dudando si saltar o quedarse ahí, emborronando mi visión y dándole alas a mis dudas. Reblandeciéndome el cerebro.
Esta noche, al borde del precipicio, resbalando y manteniendo el equilibrio a duras penas, he cruzado la frontera de los treinta y tres. Últimamente he tenido que oírselo demasiado al doctor, diga treinta y tres, diga treinta y tres. En eso, también la edad se nota.
A pesar de que la fachada está bien, sin necesidad de usar chapa y pintura diaria, por dentro, el cuerpo ya se va quejando. Pequeños dolores, pequeñas incertidumbres que te van marcando el paso de los años. 
Sólo pido que al menos, lo que está dentro de la sesera continúe así. Seguir haciendo las cosas con la misma ilusión, con el mismo cariño. Seguir emocionándome con esas cosas inevitables, que quienes me conocen saben, seguir derrochando alegría y risas, seguir derramando lágrimas por lo que creo. Seguir escribiéndole versos a la luna. 
Cuando se dan algunas de estas situaciones, es cuando me siento yo misma y lo demás, la falta de trabajo, el zigzaguear del tiempo, pasa desapercibido unos minutos. Unos minutos en los que dejo de preocuparme. Unos minutos en los que vuelvo a ser niña otra vez y a reírme a carcajadas. A emocionarme mirando fotos y planeando el futuro, recordando playas de arena fina y silencios llenos de miradas cómplices.
Aquí estoy, aquí estaré, diciendo treinta y tres por los próximos 365 días. Y sólo espero que la vida no me tosa ni un ápice, porque si lo hace, repetiré con la cabeza bien alta: treinta y tres.

lunes, 6 de junio de 2011

Sueños

Soñé ser cada uno de los motivos de tus suspiros,
la imagen que se dibuja en tu mirada,
el recuerdo que hace asomar una sonrisa a tu rostro.
Soñé ser aquella por quien no duermes por las noches,
en quien piensas a todas horas,
a quien tienes presente en cada acto cotidiano, cada día.
Soñé ser tu luz, tu luna, tu aurora.
Una estrella que ilumina cada paso en tu noche eterna.
Y luego te soñé a ti, tan cálido, tan tierno, tan dulce...
que nunca acabé de creerme que existieras de verdad.

jueves, 26 de mayo de 2011

Plural que...


Plural que enmascaras
Lazos que nos unen
Plural que evitas
Que nos hagamos ilusiones
Plural que disfrazas
Alegrías y penas
Plural que encubres
Sentimientos ocultos
Plural mayestático
A veces
Con indicios de plural común
Plural bendito
Que consigues
Que pueda ser yo misma.

martes, 17 de mayo de 2011

Cuando...

Cuando las dudas cóncavas evolucionan y se tornan convexas.
Cuando la transformación de un arco nos lleva a encontrar la tangente de nuestros cuerpos.
Entonces, el mar se seca y la sal nos petrifica los huesos.
Revolcarme en tu alfombra soñando que no hay mañana,
conducir mis deseos por esquinas recónditas,
susurrarte cada mañana un "te amo" plagado de besos.

Cuando caminar entre las nubes es jugar con silencios.
Cuando el algodón de azúcar de tus labios
hace vibrar mis sentidos y calienta mis manos heladas.
Entonces, la lluvia cae sobre mi rostro y sonrío.
Acariciarte la espalda, hacerte cosquillas, susurrarte al oído.
Bailar con los ojos cerrados, escuchando a las estrellas.

Envidiar a la luna porque ilumina tus ojos cansados cada noche.
Envidiar el resplandor que irradia sobre ti,
sobre tu cuerpo tibio, sobre tus uñas quebradas.
Mirarte en silencio mientras duermes,
y en medio de la madrugada,
besar tus párpados, que sueñan con lugares lejanos,
vidas mejores, utopías en las que construir un futuro mejor.

Cuando la ropa sobra, la piel sobra...
y sólo son necesarias nuestras pupilas mirándose fíjamente.
Cuando las tormentas de tu mente se disipan ante mis palabras.
Cuando dudar es absurdo e inútil, y aún así probable,
déjame acariciarte el alma y recordarte
que nada puede derrotarnos.