jueves, 8 de septiembre de 2011

La cara de la pared


Erase una vez, en un país valenciano… esto… perdón, en un país muy lejano… mmm mmm… tampoco, que en el AVE se llega muy rápido… a ver, empezaré de nuevo…

Erase una vez una cara pintada en una pared. La cara lo observaba todo, miraba a la gente pasar, a los niños jugar, a los ancianos sonreír, a las palomas volar… e igualmente, observaba las cosas que pasaban en el mundo. Esa cara pintada en la pared, en un principio era blanca, resplandeciente, y se maravillaba con cada día nuevo, y le encantaba que el sol le hiciera cosquillas en su nariz pintada e hiciera brillar la cal que cubría su cara feliz.

Pero un día, algo terrible sucedió. La cara pintada, que albergaba tantas ilusiones de ver cosas maravillosas desde aquella pared, presenció un robo a través de una de las ventanas de las casas de enfrente de su muro. No, no os preocupéis, no robaron a la apacible ancianita que allí vivía, sino que el robo, lo vio nuestra amiga la cara a través de la televisión de la ancianita. 

              - ¿Pero cómo es posible? - os preguntaréis. 

Lo que la anciana tenía sintonizado en su televisor eran las noticias. Se puso alerta y escuchó, día tras día, cómo era el mundo fuera de su pared. Y así fue como nuestra amiga la cara, vio como los bancos robaban a sus clientes, los gobiernos se reían de sus votantes, los reyes no abdicaban en beneficio de sus súbditos, los países estaban en guerras por un líquido negro y asqueroso que decían que valía mucho dinero, había niños que pasaban hambre y no podían ir a la escuela, había hombres y mujeres a los que se les privaba de sus derechos, había tanta miseria y tanta, tanta, tanta injusticia, que nuestra nívea cara se puso azul. Sí, amiguitos, azul.

Yo pasaba por allí aquel día y pude hacerle una foto a nuestra amiga la cara de la pared. Era completamente azul y su cara, otrora sonriente y feliz, era ese día un poema. Su frente se perlaba de sudor por la rabia contenida, su boca se fruncía en un rictus de amargura. 

-                
                     - Yo quiero salir de mi pared. – me dijo.
-                     -   Pero, ¿por qué?
-                 -   Quiero salir de esta pared y hacer lo posible por convertir este mundo en el que vivís los humanos, en un mundo un poquito más feliz.
-                - Yo no sé muy bien cómo ayudarte – le contesté – pero he oído, que si deseas algo con mucha fuerza, una señora que hace crecer gatitos en las macetas, te concede ese deseo. No vale con desear algo material, un coche, una casa, o algo así. La señora que hace crecer gatitos en las macetas, lo consigue con amor y la única manera de que te conceda tu deseo, es que éste, sea un deseo plagado de amor.

La cara blanca, que ahora era azul, se quedó pensativa.
-                   -   Mi propósito no puede llevar más amor dentro – dijo pensando en voz alta.

Y se puso a desear con todas sus fuerzas. No me preguntéis como desea un dibujo en la pared, yo no quise interrumpir sus esfuerzos, y le dejé a solas, ya que desear es un acto muy íntimo y personal. 

Así fue como al día siguiente, después de muchas horas de desear ser humano, para ayudar a mejorar este mundo, la cara azul de la pared desapareció. En su lugar, encontraron un chico de veintidós primaveras, con ojos, boca, y estornudando sin parar hasta que consiguió eliminar de sus recién estrenados pulmones todos los restos de pintura, blanca, azul y negra, de lo que antes había sido. 

Lo primero que le dijo, a la persona que lo encontró, antes incluso de pedir algo de ropa para tapar sus vergüenzas, era que quería un pimiento verde. Y después, en cuanto le hubieron vestido para que no cogiera frío, le hubieron alimentado y le hubieron preguntado quién era, el nuevo humano contestó:
-                 - Me llamo Saúl. Antes era pintura en la pared, la imaginación de un loco soñador que quería cambiar el mundo. Ahora soy real, y quiero cambiar el mundo a mi manera.
-                       - ¿Cómo? – le preguntaron.
-                    -  Soñando – dijo risueño. – Voy a ser maestro y desde la escuela, intentaré que los niños no se vuelvan tontos consumidores, ovejas de un mismo rebaño a quienes hay que decirles qué hacer porque no saben vivir su vida. Quiero que aprendan divirtiéndose y que se den cuenta de que son privilegiados. Quiero enseñarles que ellos, también pueden aportar su granito de arena para cambiar el mundo.

La cara antes blanca, que luego fue azul, y ahora es humano, tampoco sabía que la señora que hacía crecer gatitos en las macetas era yo. Y que le concedí su deseo mucho antes de que lo deseara, porque yo también quiero cambiar el mundo.

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