Algodón era tu mirada, de reojo, cuando creías que no te
veía.
Algodón era tu risa, cálida y sarcástica, cuando bromeabas.
Algodón eran
tus manos, insomnes, jugueteando con las mías.
Algodón era tu cuerpo, perlado
de sudor.
Se me aturullan las tripas de desearte, todo en ti es
algodón de azúcar.
Y cómo te hago saber que no sé qué me has hecho.
Y cómo te
digo que siempre estarás en mí.
Y cómo recuerdo otros agostos, de carreteras
sin transitar, si no estás aquí.
Si todas esas cosas están contenidas en el algodón de azúcar
de una feria, en un carrusel, en la noria que nunca compartimos, en casetas de
tiro y montones de peluches. En los perritos piloto y los lotes etílicos para
adolescentes. En el caótico puñetazo en el estómago que nos dio la vida.
Fui duda hasta que te tuve frente a mí. Ahora soy certeza inquebrantable,
como los juramentos de no olvidarte jamás, que le hice a la luna. Soy piedra
incólume en tu camino, nunca me iré de ahí. Soy adepta de la noche e
incondicional de sus torturas. Seré tuya para siempre.
Quiero manchar mis labios con el algodón de azúcar de tus
néctares secretos, quiero deleitarme con su dulce sabor. Quiero probar de tu
boca, la miel, las manzanas de caramelo, y que tu risa, se confunda con el
tintineo de la campana del tren de la bruja o de la casa del terror.
Algodón de azúcar en mis sueños, flotando en el aire, como
nubes de color rosa, azul, morado. Vientos de otros tiempos que se llevan los
recuerdos podridos y me traen sonrisas del futuro. Atracciones de feria, de
fiesta de pueblo, de oscuridades entornadas y malditas. Verbenas de medio pelo,
bajo las luces tibias de bombillas de colores oxidadas, en la plaza mayor de cualquier pueblo.