sábado, 25 de agosto de 2012

Radio, más que aficionada, amante

Siempre he amado la radio. Desde pequeña, y fuese la hora que fuese, recuerdo un transistor encendido en mi casa. Primero, en la cocina, a la hora de la cena, sonaba Gomaespuma. Yo era una canija de ocho o nueve años y no entendía nada, pero veía que mis padres se reían y eso me hacía ver, y creer, que aquello era bueno.

Luego, los domingos de viajes de regreso del pueblo, bajando Pajares detrás de un camión, lento, muy lento, acompañados por el fútbol. Eran tardes, y noches si la caravana era importante, de estadios ilustres, como La Condomina, El Sadar, La Rosaleda, Los Pajaritos, Atocha o el Ramón de Carranza. Ahora perdidos en la memoria, esos estadios forman parte del acervo futbolístico de los ochenta, forman parte de mi niñez.

Más adelante, en la adolescencia, descubrí la radio nocturna. Fue gracias a un walkman (en mi caso, obviamente era un walkwoman) que me habían regalado por mi décimo cumpleaños y que como comprenderéis llevaba mis buenos cinco años dando un uso trepidante. El programa en cuestión se llamaba Fórmula Noche, y viví su cambio de nombre, allá por 1994 al nombre perfecto para un programa de radio: A Escondidas. Me enamoré de la voz de Patrick de Frutos, en los primeros cinco segundos. Y le adoré para siempre en los cinco siguientes.

Recuerdo que ya a finales de los noventa, justo antes de su programa, tenía otro el gran Jesús Quintero, en el que hacía entrevistas y lanzaba poemas y palabras a las ondas de la noche. Otro clásico para mí, que también procuraba no perderme y del cual me empapaba. Estoy completamente segura de que ambos han hecho de mí, un poquito de lo que soy. El lobo estepario no sólo me dejaría un regusto amargo de saber que ese era mi sitio, pero que nunca llegaría a ocuparlo, sino que además, me brindó una de las mejores entrevistas que se le han hecho a mi adorado Sabina.

 
Después me enganché al deporte nocturno, más que nada por tener de qué hablar con mis amigos, todos aficionados a El Larguero. Yo siempre he considerado que el fútbol es mi pasión pagana, aunque con el paso de los años esa pasión se ha ido convirtiendo en mero entretenimiento, y el fanatismo, en meras simpatías deportivas. Supongo que hacerme mayor influye, y lo agradezco. Me siento un poquito más inteligente desde que veo las rivalidades futbolísticas con la perspectiva de unas risas entre amigos. Fueron muchos años caminando sobre un larguero que llegó un punto que ya no se sabía si era travesaño o fuente de manipulaciones. 

Me cansé. Y durante bastante tiempo, un montón de años que llegan hasta hoy, la única radio nocturna que consumo es Milenio 3. Llevo 12 años cabalgando sobre las espaldas del misterio, esa pasión si que no la abandonaré nunca. A veces, sobre todo en temporada estival, cuando repiten los programas porque están de vacaciones, cometo una infidelidad liberadora y estimulante con La rosa de los vientos. Me enamora, me seduce y me deja con más ganas, pero de momento vuelvo al redil. Aún no he conseguido superar eso de los podcasts. La radio de madrugada es inmediata, y escucharla en pleno día me sabe raro. No puedo, no soy capaz. Necesito el halo de la luna a mi alrededor, el sol engaña demasiado.

Claro que la radio está encendida todo el día, en mi casa o en el coche. Ahora, mi trabajo no me lo permite, pero cuando podía, también. Pero no es momento de hablar de la radio diurna, sino de la que nos despierta los sentimientos más profundos y nos hace reencontrarnos con nosotros mismos. Es momento de perderse en la inmensidad de la noche con música prodigiosa, que tuve la suerte de conocer cuando tan sólo era una niña, como la maravillosa, fantástica y arrebatadora The Weight, de The Band, gracias por supuesto a Patrick de Frutos.



Yo espero que me aconsejéis, que me recomendéis espacios en la noche. Necesito mi dosis de radio de madrugada, y últimamente no encuentro nada que me agrade. Insinuadme programas, emisoras, formatos. Aunque ya os voy avisando y esto es innegociable: necesito algo en el cual la palabra y la música formen un tandem perfecto. Así que perdámonos, embelesémonos. 

Y ahora, crucificadme por haber escrito esta entrada en pleno día.