martes, 22 de mayo de 2007

...y la vida era las noches de los viernes...

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Nuestro día era el viernes. Infinitas noches de viernes de birras y humo dulce. Infinitas charlas. Infinitas risas. Tú y yo mirándonos en el fondo de las botellas de las cervezas que eran nuestras inseparables compañeras. Aves nocturnas esperando el amanecer de tantos sábados. Tú y yo, simplemente iguales. Entendiéndonos con cada mirada y con cada gesto. Tú y yo. Riéndonos del mundo por fuera, agobiados, heridos y enfadados, por dentro.


La vida eran los viernes. Salir, beber, reír... cantar a grito pelado las canciones que nos inquietaban el alma, que nos abrumaban, que nos hacían sentir vivos. La vida era ocultarse entre las sombras de la noche para asomarse al río y competir sobre quien lanzaba la piedra más lejos. La vida era robar girasoles o manzanas, o moras. La vida era subirse a las rocas más altas y gritar tu nombre. La vida duraba lo que una noche de viernes de primavera, cuando el sol clareaba nos íbamos a dormir y se acababa todo, hasta el siguiente viernes, renacíamos de las cenizas como el Fénix... y volvía la vida.

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