Nunca creí que la noche diera tanto de sí. Tras muchas risas, buena música y unas cuantas cervezas, me sentí lo suficientemente relajada como para permitirme mirarte a los ojos. Algo recorrió mi espalda de norte a sur, un escalofrío, algo magnético y extraño. Me mirabas como desde otro mundo, no sabría explicar desde cual. Me mirabas curioso y a la vez maravillado. "Vámonos" dije y mientras cerraba la puerta, tú seguías observándome callado. Al darme la vuelta me encontré con tus ojos otra vez "Estaba acordándome de lo bonita que estabas" y sin dejarme tiempo a respirar ni a contestar, tus labios se acercaron a los míos y entré en una realidad nueva.
Y entonces ibamos en un barco pirata, con un par de huesos y una calavera y el timón lo conducía un pirata cojo, con pata de palo y yo iba vestida de princesa y tú tenías aros en las orejas y todo era tan fácil como beber de una botella de ron. Y sonaba de fondo Sabina y había delfines y sirenas... y entonces se acabó el embrujo y nos tuvimos que ir corriendo como cenicientas perseguidas... la noche siguió siendo de piratas a tu lado, mucho alcohol, mucha risa, besos de perro escondidos en las esquinas... y el barco que encalla en la cala del amanecer, con un sol rojizo abriéndose paso entre la bruma y echando a la luna llena de su trono. Juramos vengarla otra noche de confidencias, juramos que el sol nunca más ganaría y juramos que lo que había sucedido a la luz de la luna no podría repetirse en las horas dominadas por el dictador dorado. Así que bajamos la bandera y nos despedimos con la promesa de volver a izarla cuando la noche cayera sobre los mares. Con eso, y con un beso.