La bilis llega tras la patada en el estómago. Sin avisar, sin miramientos. Ácido intransigente e intolerante. LSD febril.
El dolor me retuerce, me sumerge en un éxtasis de locura. Cada gota de sangre, cada rastro de sudor entremezclado, y el olor de la furia... Me incorporo, casi sin pensar. Soy una fiera en la selva, observando a su presa. Soy un monstruo insaciable.
Me da igual todo lo demás. Sé que ahora la patada la voy a dar yo. Y no en el estómago precisamente. Me enerva la ira. Ni siquiera sé por qué nos enzarzamos en la pelea. El olor a sangre me excita, me enloquece. Y el sabor de la bilis hace que sienta aún más odio.
Lanzo el golpe con todas mis fuerzas. Acierto en el blanco. Suciedad imperante en la atmósfera. Creo que le he roto un par de dientes. Si, los escupe, escupe sangre también.
Ahora tengo que aguantar su embiste, su contrataque. Lo peor es no saber cuando va a llegar, siempre al acecho, se esconde y ataca cuando menos lo esperas. Te sorprende cuando más indefenso estás.
Puta vida, siempre me coges por sorpresa.
2 comentarios:
cuantas veces he pensado yo eso....y que bien lo has expresado...un placer leerte como siempre...
Uy... con cuanta gente desearía yo tener esa sensación. A veces pienso de forma muy violenta!
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