miércoles, 15 de diciembre de 2010

La señora que cultivaba gatitos (colaboración III)

@saulcastillo me ha escrito este cuento, y yo se lo agradezco infinitamente. Él sabe que le quiero pero no se imagina cuánto. Y aprovecho para recomendaros su blog, que es genial: El señor de los mosquitos

Había una vez, en un país muy lejano, una señora que dedicaba sus mañanas a cultivar gatitos. Para ello, utilizaba unas ancestrales semillas que solo brotaban bajo unas condiciones muy concretas.

En primer lugar, se necesitaba una maceta de cerámica fabricada en siglo XIX. Las modernas macetas de plástico no servían, pues no contenían el cariño necesario en su fabricación: solo con altas dosis de dedicación en la maceta, el gatito podría brotar.

También se necesitaba una tierra especial, que había que preparar en la víspera, con los pies descalzos. Se añadía una pizca de orégano y unos cuantos garbanzos, aunque no más de doce. Si algo faltaba o sobraba en la mezcla, los gatitos no brotarían.

Por último, había que tener en cuenta el agua de riego. Debía estar exactamente a dieciocho grados y medio. ¡Y no se podía echar demasiada! En cuanto los garbanzos se desprendieran de la tierra, había que frenar el riego.

Una vez se dieran todas las condiciones, solo cabía esperar. Al cabo de siete cuartos de hora, podrían brotar uno, dos o incluso tres gatitos. Es fácil saber el momento exacto de recolección, pues los gatitos maúllan de hambre nada más brotar.

Como veis, queridos niños, el trabajo de esta señora era tremendamente complicado. Pues sin la semilla especial, la maceta concreta, la mezcla exacta, y el agua a su temperatura; no brotaría ningún gatito.

Los vecinos de esta simpática señora, envidiosos todos ellos, decidieron imitar su quehacer matinal, dado que se sentían indignos sin gatitos en sus macetas. "Pues yo también seré capaz de cultivar gatos como la asquerosa señora ésa", decía uno de los envidiosos vecinos. "Claro que sí, claro que sí", contestaba otra.

Y es por ello que pidieron, de malas maneras, semillas a la señora, que con mucho gusto regaló a cada uno de sus vecinos.

Y a la mañana siguiente, todos los vecinos de aquel lejano barrio de ese lejano país, se dispusieron a cultivar gatitos con los primeros rayos de sol de la mañana. "Ya verás, esto va a ser una invasión gatuna de la hostia", decía un vecino contando garbanzos. "Esa señora asquerosa ya no tendrá de qué presumir", decía otro, que se afanaba en comprobar la temperatura del agua.

Sin embargo, a mediodía, solo en la casa de nuestra protagonista se escuchaban maullidos.

¿Sabéis por qué, queridos niños?

Pues porque aun teniendo la semilla especial, la maceta perfecta, la tierra adecuada y el agua a su temperatura, era necesario algo más para que los gatitos brotaran. Algo, que todos esos envidiosos vecinos desconocían.

Amor.

Sin amor o sin cariño en la tarea, ningún gatito podría brotar en su maceta.

Y es por ello, queridos niños, que no os debéis dejar llevar nunca por la envidia, pues sin amor, las cosas no salen del todo bien. Y colorín colorado, este cuento gatuno e improvisado, se ha acabado.

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